La suerte del perro

Nos habían dejado, la intensa lluvia y la inundación que después sobrevino, aislados del resto de la compañía y sin materia de sustento. Hubieron de pasar tres días antes que determináramos bajar del otero que nos había salvado de perecer ahogados y nos dispusiéramos a atravesar el extenso galacho que la crecida del río había formado para nuestro infortunio.
No teniendo medio de comunicar nuestra posición y ser rescatados, emprendimos un desorientado regreso a la base. En el largo camino, bebíamos el agua que encontrábamos añadiéndole pastillas potabilizadoras y entrábamos con mucha precaución en los poblados, por ver que de sólido llevarnos a la boca y ocupar el estomago, siendo la mayor parte de las veces, algún puño de maíz agusanado o harinas de incierta procedencia que horneábamos, al estilo de la milicia, entre piedras delgadas.
Fue en una de esas sigilosas entradas a un asentamiento, desesperado ya por la mucha hambre, cuando tropecé en la maleza con cuatro cuerpos tendidos y atados de pies y manos, cada uno a un largo madero de los usados para empalizar a manera de cómo traban con bejuco los cazadores africanos a las presas cobradas, colocándose después los sujetos a los extremos del palo para transportarlas sobre el hombro.
Me dejé caer al suelo de un rápido estirón cuidando de descifrar la situación cuanto antes. De los cuatro cuerpos, pude ver que tres yacían decapitados, y el que restaba vivo, tenía tal expresión de desasosiego y terror en el rostro que parecía desequilibrado y fuera de si. Como no era, por su aspecto y edad, hombre de armas ni representaba peligro por el estado de ánimo en que se hallaba y ,todo aquello, tenía semblante de ser consecuencia de algún conflicto entre individuos de tribus diferentes, opté por librarlo de las ataduras. Cuando quiso plantarme la mano sobre el hombro, tal vez para mostrar agradecimiento, lo intimidé apuntándolo con el rifle y le hice ademán de que me siguiera al lugar propicio donde sonsacarle lo que me interesaba que, no era cosa otra sino hallar que comer o al menos un poco de sal con la que dar sazón a las piezas de caza que nos procurásemos.
Fuimos a reunirnos con Quenoram en el punto que teníamos establecido; él había podido ver más y mejor que yo, ocultándose en un bancal, lo que sucedía en el lugar.
-Son cinco bacán, muy jóvenes, visten de militar, no llevan apenas armamento, parecen muy bravos, están golpeando a la gente y ya mismo los van a matar. Si queremos comida hay que esperar que se vayan o darles una “pela”. Desde allá arriba es donde mejor se divisa. Y señaló un altillo.
Convinimos intervenir.
Me arrastré hasta quedar situado en la elevación, a unos trescientos metros del poblado. Monté la mira en el Parker–Hale y pude observarlos con claridad. Tenían buena fiesta, mi compañero estaba en lo cierto, de momento se entretenían con la tarea de ahorcar a un perro. Pateaba el animal no encontrando mas que aire para agarrarse, el que necesitaba respirar. Quenoram ya había llegado al flanco acordado y me hizo señal. Todo bien. Rastreé un objetivo prioritario o algo que indicara por donde empezar, sabía por experiencia que aquella gente no usaba distintivos de mando. Fijé la óptica en uno de ellos, sonreía mientras con el cañón del fusil golpeaba duro al animal y lo empujaba para que no se asiera al pelado poste del que pendía. Tiré despacio del cerrojo y sentí el seco correr de la 7.62 hasta la cámara, templé el aire en los pulmones y disparé.
El motivo de aquellas muertes nunca lo tuvimos claro, los supervivientes mezclaban un poco de portugués con muchas palabras indígenas y apenas entendimos algo. Uno de los caídos en la refriega tenía novia o esposa en aquel poblado y esta le había sido infiel con alguno de los decapitados. Aquella madrugada, para despejarse de la borrachera, se les ocurrió acercarse a raparle el vello púbico o algo peor con el fin de “lavar la ofensa”, después las cosas se fueron complicando y decidieron ejecutar a todo ser viviente.
De comer, aquellas gentes nos ofrecieron poco, porque poco tenían. Reemprendimos camino, compañeros de la misma hambre que habíamos traído.
Al perro aún no le había llegado la hora, con mucha sabiduría apoyó las patas traseras en el muerto y las delanteras en el tronco del tormento, aguantándose de este modo con vida hasta que terminó el combate.
3 comentarios
Corazón... -
Usted siempre puede :)
Un abrazo bien re-grande.
;o)
Piruleta -
Estoy poco observadora últimamente. Poco tiempo que le puedo dedicar a esto, diría yo.
Muy bueno lo de las emisoras, sí. Muy entretenido.
Corazón... -
Aha...has puesto estaciones de radio y toda la cosa eh? ;) Yo quiero unoo así ¿Cómo le hago?
Traducción: Por fis, luego me colocas uno en la blog? ;) sí es que soy muy copiona ya sabe y todo quiero :(
Un beso y saludos, siempre...
;o)