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Desequilibrados

Aguirre

Un amanecer vi llegar  por la vereda del remanso, a contraluz y  entre el polvo que levantaban  el ganado y la  reata de un  aguador, al padre  Michel de la mano de la pequeña de los Carrillo. Aquel misionero había cambiado  la comodidad del cuerpo en la ciudad de las luces por la entrega del alma en tierras de los yaguas. Aún se reía y me hacia reír cuando después de unos traguitos se relajaba y contaba que habiendo nacido urbanita tenía el convencimiento de que los melones colgaban de los árboles.

Luego de saludarnos me explicó el motivo de su visita.

-Hay un ranchito a unos 15  kilómetros al poniente, es  propiedad de un español, Don Encarnación Aguirre, un alma buena y en paz con dios y los hombres. Enterado de la  existencia de otro español  en estas tierras,  te  ruega  que le hagas una visita.

Dos días después, en compañía de un burrito ensombrerado que miraba con recelo a su alborotado y alborotador  jinete, la pequeña Carrillo empeñada en estorbarme cuanto le fuera posible, me encaminé al ranchito de mi compatriota.

En la entrada, tal y como esperábamos por los ruidos que tenían en la maleza y que se venían escuchando desde cientos de metros antes, nos salieron al paso unos hombres armados y  buenamente  me invitaron a entregarles  en custodia las armas y la carrillera  que portaba y el machete que usaba para abrirme camino entre la vegetación, no dejándonos  mas que la fina varita con que la niña arreaba a su montura.

-Ahora está usted bajo nuestra protección.

-Dios me libre de verme en tal trance, pensé.

Cumplimentado el trámite y puestos los guardianes en conocimiento de la razón de nuestro viaje, nos indicaron el sendero que  culebreando nos conduciría  hasta la casa, advirtiéndonos seriamente con palabras y miradas arremolinadas que por ninguna mala idea nos desviásemos.

Algunos metros más allá, lejos de cualquier mirada, Consuelo se metió disimuladamente una mano bajo las faldas.

-Ya, tomad el fierro vos.

Era una gran hacienda, caballos ovejas  y terneras compartían la ternura del valle y el  pasto que crecía a su antojo de tanta tierra como había, grandes bandadas de pájaros volaban de un lugar a otro, una casa rojiza había sido alzada sobre una loma verde bien apartada de las caballerizas  y corrales  y daba buena cuenta con su esplendor de la riqueza del propietario.

Descabalgué a la niña  y me  dediqué a enlazar las patas del animal para que no se alejara demasiado. Antes de haber terminado, Don Encarnación estaba a nuestro lado acompañado de un puñado de sirvientas y algunos jornaleros.

- Ah huevos  !!!, un español!!!, Señoras!!!  Un hijo de mi misma madre!!! Vamos, Vamos, deje eso, venga conmigo, vamos

 Después de las presentaciones y la comida, el viejo encendió un par de puros, me pasó uno y  en respuesta a mi pregunta acerca de la calidad del sonido del instrumento, comenzó a tocar una vieja guitarra de acacia  y a  entonar algunas canciones nacidas en  trincheras republicanas que aún  recordaba.

Aguirre, entristecido por la nostalgia y los tragos de caña  me narró su historia, aquel viejo republicano  había estado en dos guerras y había penado el sudor por medio mundo hasta topar con la fortuna en Paraguay:

No fue una guerra de ideales como la cuentan los pendejos.  A mi modo de ver las cosas, el gobierno republicano no tuvo percance alguno hasta que comenzó a  desestabilizar a golpes de decreto ciertos grandes monopolios, entonces  se fraguó la guerra española. Busque usted quien se enriqueció al terminar la contienda y sabrá quien la provocó, ¿Qué necesitaría usted para trasladar a un contingente de tropa de un lugar para otro, para proporcionarles armas, munición y avituallamiento? ¿Grandes ideales? Mamadas, no, pura plata. En aquel momento hubo quien la puso a disposición de los sublevados, pero no regalada, no por ideales………

Estuve en varios frentes con las tropas democráticas internacionales, los españoles creíamos que  después liberaríamos España de la dictadura de Franco. Sin embargo no ocurrió así, nos abandonaron y,de un día para otro, me encontré sin patria a la que volver, sin dignidad y sin futuro. La satisfacción que sentía se fue volviendo amargura y resentimiento,  aquellas dos guerras me  acabaron la juventud, los sueños y perdí las esperanzas de que se nos reconociera el esfuerzo ¿se imagina? …………………

¿Políticos? No me hable de gallinas corraleras que escapan al primer disparo y regresan cuando todo acaba, así son  estos y así eran aquellos, examine usted su historia laboral, que le digan en que trabajaron si es que lo hicieron.

No se fíe de los tiempos de calma, ni piense que jamás le tocará,  hágame caso, esté  siempre preparado. Si lo vienen a buscar para un fregado, échese con sus armas de cabeza  a lo más hondo de la  manigua y mate  sin duelo a quien lo venga a matar, no sea un borrego como yo lo fui.

Recuerdo a Encarnación Aguirre apoyado en su bastón,  los ojos felinos con el brillo fiero del batallador, las delicadas  manos cansadas de  raspar las penas y  los recuerdos,  un hombre bravo que escuchaba a su  corazón.

1 comentario

Piruleta -

Bonito relato. Bien narrado ¿eh?
Además de eso, triste. ¿Cuándo se acaba de pagar una guerra? Aún hoy siguen vivos algunos de los que la sufrieron en propia carne y aún hoy se lamentan de lo que pasaron si les sacas el tema. Da igual el bando, la verdad. Todos sufrieron.
Sí es cierto que hubo quien perdió más. Mucho más. Estos últimos perdieron incluso la ilusión y la esperanza.
¿Habremos aprendido algo al menos?