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Desequilibrados

Cada vez

Cada vez que pasábamos por las cercanías de Bucaramanga, Qenoran se empeñaba en llevarnos ver a sus familiares, así que allí estaba, después de varias visitas, haciéndole la corte a la menor de sus primas, la linda Rosita. Cuando le pregunté tímidamente al “valluno” que pensaría su tío Emilio de la situación, tras un prolongado silencio que auguraba futuras tragedias, me respondió:
-Ah vacan, “na” mas que se entere, el "cucho" lo va a encender a plomo.
Sobraban los detalles escabrosos, la cosa parecía tener mala solución. Al cabo de un tiempo, compadeciéndose de nosotros, Qenoran nos ofreció ayuda:
-Un día de estos, agarramos el chevrolet del indio y nos vamos con ellos a su hacienda, entonces vos, en un aparte, le explicas todo a mi tío y demandas licencia, si hay problemas yo te cubro.
Nos presentamos un domingo de abril, época de lluvias, me las había ingeniado para conseguir, vía diplomática, algunas botellas de jerez, un par de quesos de los picos de Europa y un estupendo jamón pacense para agasajar a aquella familia.
-Rosita, Toño y el abuelo van con el licenciado, Raúl y yo cargamos al resto – dijo don Emilio, pérfidamente aconsejado por Qenoran que me guiñó fraudulentamente el ojo en señal de complicidad.Yo, en estado de total confusión, miraba de reojo a Rosita sin perder de vista aquellas cajas de munición para armas de largo alcance que sus hermanos estaban cargando en el maletero del enorme ford.
Nos colaron al abuelo, aquel pobre sujeto había montado en coche en contadas ocasiones, se mareaba continuamente y parábamos para que se restableciera. Rosita y su hermanito, amorosamente, cuidaban del abuelito; el indio y la perra Beretta paseaban por el barro adelantándose; yo intentaba armar, en un tenebroso soliloquio mental, un discurso medianamente inteligible para convencer al “cucho” de mi amada de que no sería conveniente ni práctico emplear armas de fuego e incluso de ningún otro tipo contra mi persona como método persuasivo. Entonces Rosita susurraba :
- Ya,vamos mi amor- y continuábamos rodando.
Al poco de tomar la vereda que conducía a la hacienda de don Emilio, Camilo me gritó:
-¡¡¡¡”Para parce”, culonaaaaaaaaaas!!!!
El abuelo resucitó al escuchar el grito y Rosita comenzó a palmear de alegría, yo no entendía lo que estaba pasando pero múltiples experiencias al lado de aquel bravo me habían demostrado que cuando decía que era urgente detenerse, mejor clavar, cuanto antes, los hierros.
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Bueno, me estoy divirtiendo pero otro día continuaré con esto.

1 comentario

Piruleta -

Indudablemente, enamorarse es un peligro. Pero por lo que veo, hay amores más peligrosos de lo previsto ¿no?

¿Por qué no iba a gustarle al tío Emilio el "pretendiente" de su Rosita?